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Crucero para Visitar
las Islas Galápagos
El archipiélago de las Galápagos
es un lugar único en el planeta. Está compuesto por trece
islas mayores y varios islotes. Situadas a casi mil
kilómetros de la ciudad de Guayaquil,
en la costa de
Ecuador, en pleno Océano
Pacífico, estas asombrosas
islas fueron declaradas por La Unesco
patrimonio mundial y Parque Nacional.
Afortunadamente se conservan tan intactas como cuando fueron
descubiertas hace más de dos siglos. Para que su
conservación siga dando frutos tiene unas estrictas medidas
de protección, empezando por controlar y restringir su
número de visitantes.
Hace 150 años el famoso naturalista inglés
Charles Darwin las visitó por primera vez,
y fueron su inspiración para la revolucionaria teoría de
El origen de las especies en 1859.
Para visitar este archipiélago
debemos hacer un crucero;
para ello comenzaremos en la isla de Santa
Cruz, en Puerto Ayora, que es de
donde parten todas las excursiones con una duración de entre
cinco y siete días.
La isla de Santa Cruz, se
encuentra situada en el corazón del archipiélago, es la isla
con mayor presencia humana y cuenta con
hoteles, restaurantes y centros de buceo.
También encontramos aquí la sede del Parque Nacional, en la
estación Biológica Charles Darwin, que se
dedica a la investigación científica. En este centro vive la
tortuga centenaria, única superviviente de
su especie. Antiguamente, cada isla tenía su propia especie
de galápago, pero muchas se extinguieron por culpa de los
balleneros del siglo XVIII, que las llevaban a bordo como
víveres durante las travesías.
Antes de iniciar nuestro crucero
dedicaremos un día para visitar esta hermosa isla de Santa
Cruz. La bahía de Tortuga, con su
combinación de manglares y aguas tranquilas es una auténtica
delicia. El bosque del Chato es uno de los
pocos bosques que se encuentran en el archipiélago. Entre la
maleza del bosque habitan los galápagos.
Zarpamos de Santa Cruz rumbo a la
isla de San Cristóbal, una de las tres que están
habitadas. Después de cuatro horas de apacible navegación
nocturna, al amanecer llegamos al Puerto Baquerizo
Moreno, la capital de la isla. En San Cristóbal
vamos a ver el mayor lago de agua dulce del archipiélago y
vamos a hacer un recorrido por el litoral, donde abundan los
piqueros de patas azules y los de patas rojas,
aves marinas que crían en grandes colonias y que sólo se
diferencian por el color de sus patas.
Desde el barco ya vemos los grupos de
leones marinos que están tendidos sobre la
arena o resguardados en las rocas. Los más jóvenes se
divierten nadando con los turistas, es una auténtica
maravilla. Los guías nos enseñan a entender el
comportamiento de éstos animales y a conservar todo el
monumental paisaje que nos rodea.
Todo el archipiélago está envuelto en
leyendas de piratas, balleneros, misioneros y colonos. Las
Galápago fueron descubiertas de forma casual por
Tomás de Berlanga, fraile dominico español y obispo
de Panamá, cuando de dirigía a
Perú y una
corriente apartó su barco de la ruta. La noticia del
descubrimiento se divulgó muy pronto, pero los únicos
interesados en estos islotes rocosos fueron los piratas y
balleneros que los utilizaron como escondite y base de
aprovisionamiento de tortugas.
La Isla Floreana fue un
antiguo refugio de piratas, en la actualidad la habitan 200
personas concentradas en Puerto Velasco Ibarra.
Es una isla estupenda para los aficionados al buceo, sobre
todo en la Bahía del Correo, una ensenada
de arena fina y dorada que contrasta con la salvaje
Corona del Diablo, un círculo de peñascos
semisumergidos y muy recomendables para practicar
snorkeling, o lo que es lo mismo: buceo con gafas, tubo y
aletas. También se practica submarinismo por la buena
visibilidad del agua y la variedad de peces.
En la tercera noche de crucero, el barco
alcanza las costas de La española, la isla
más meridional. Es pequeñita, tan sólo tiene 60 kilómetros
cuadrados y en ella encontramos dos lugares sorprendentes,
Punta Suárez, y Bahía Gardner.
Punta Suarez es el hábitat de multitud de aves, como el
pinzón, que inspiró a Darwin su teoría, o las fragatas,
cuyos machos hinchan su pecho rojo para atraer a las
hembras. La Bahía Gadner tiene acantilados de lava oscura
que enmarcan una playa de blanca arena, formada por restos
de coral, es algo impresionante. Es posible ver en La
Española albatros, pues es uno de los pocos lugares en los
que anida esta ave de gran embergadura. Si observamos el
agua con atención podemos ver la silueta de alguna manta
raya, una tortuga marina o un tiburón.
Nos vamos ahora a la isla de mayor tamaño
del archipiélago, Isabela, tiene
cinco volcanes activos, y más de 2.500 cráteres
menores. La zona habitada de la isla es Puerto
Villamil, es además el punto de llegada de
cruceros. En esta isla tenemos la posibilidad tanto de
recorrer su costa como su interior. Para visitar este último
hay que hacer senderismo de varias horas
por los volcanes, es cansado pero vale la pena. Si
preferimos el buceo en su costa veremos
unos fondos increíbles, llenos de vida y belleza. La razón
son las corrientes marinas que, cargadas de ricos
nutrientes, atraen a infinidad de peces y provocan uno de
los espectáculos más fascinantes de la tierra: miles de
tiburones martillo se juntan en esta zona y forman
la mayor concentración de escualos
del mundo.
Rodeamos con el barco la Isabela para
llegar de madrugada a Fernandina, en el
extremo oeste de las Galápagos. Esta isla es una de las
menos visitadas por su distancia respecto a Puerto Villamil,
a175 kilómetros. Toda la isla es un cono volcánico d
casi 1500 metros de altitud, con un profundo cráter
ocupado por un lago, y cuya última erupción tuvo lugar en
2009. Los cruceros fondean frente a Punta Espinosa
para poder contemplar la mayor colonia de iguanas
marinas de las islas. Sus cuerpos negros permanecen
totalmente quietos durante horas para absorber el calor del
sol y escupir la sal.
Al norte de Isabela navegando 180
kilómetros, el barco llega a las costas de Bartolomé.
Este islote de tan sólo 1 kilómetro cuadrado de superficie,
su perfil se ha convertido en símbolo del archipiélago,
además de las tortugas.
Para poder contemplar el árido paisaje de
Bartolomé, hay que subir al punto más alto, es un paseo
corto. Desde el mirador se abren, de lado a lado, dos playas
con forma de media luna y separadas por una franja de
tierra; una de las bahías termina en el Pinnacle
Rock, una aguja de piedra que parece una flecha
apuntando al cielo. Sus aguas son transparentes, sin
esfuerzo se distingue un cráter submarino e incluso la
sombra de algún tiburón de pequeño tamaño nadando hacia las
bahías. Algo más lejos podemos disfrutar con el juego de
colores que dibuja la lava volcánica de la vecina
isla de Santiago.
Para tadas las personas que disfruten con
la naturaleza, con los animales en su estado natural como
las tortugas esperando una hora tranquila para poner sus
huevos en un la arena de una playa, pingüinos de galápagos
zambulléndose en las aguas, o la apacible vida de los lobos
marinos, este es un sitio que si tienen la suerte de poder
visitar, no olvidarán jamás. Es un lugar único, tan antiguo
como el mismo planeta y tan frágil al mismo tiempo.